TAREA FINAL del Módulo 3: educación sexual integral.

TAREA FINAL: Reflexión higiene femenina.

Para finalizar este módulo, en mi opinión, el más completo e interesante hasta el momento, se nos propone reflexionar sobre un artículo de periódico acerca de los productos de higiene menstrual.

El titular nos acerca a la necesidad de acelerar el proceso para lograr una bajada de sus precios o, incluso, el suministro gratuito de estos productos en los centros educativos, al igual que se ha hecho ya en otros países, a fin de mejorar no sólo la higiene de todas las personas menstruantes, sino también el rendimiento escolar, como consecuencia de reducir los múltiples efectos negativos que causan la marginación, el tabú y los prejuicios sobre el ciclo menstrual.

A lo largo de los años, los productos de higiene menstrual han sido asociados a un bien de lujo o un privilegio —para muestra un botón: los anuncios de las principales marcas de estos productos parecen competir por ser tan llamativos y estar tan "a la moda" como los comerciales de ambientadores, ropa de deporte o incluso detergentes de última generación—, en lugar de generar una conciencia social sobre su necesidad imprescindible y cotidiana —como ocurre, por ejemplo, con los preservativos, normalizando no sólo su uso, sino la conversación acerca de los mismos y la propia menstruación. Recordemos que estos productos no sólo evitan que las personas que menstruan manchen su cuerpo y su ropa, sino que deben cumplir una serie de condiciones sanitarias por las se que asegure que no causan efecto nocivos para la salud. Sin embargo, la imagen que se da de las compresas, tampones, etc, en los medios de comunicación, parece más centrada en asegurar que quien los utilice va a ser capaz de invisibilizar por completo la fase del ciclo menstrual por la que está pasando, contribuyendo al tabú de la regla y relegando su existencia a algo íntimo, "sucio" y de carácter individual, convirtiendo la menstruación en algo que debe avergonzarnos si no la cocultamos lo suficiente.
Todo esto acaba teniendo repercusión en la concepción que tienen sobre la regla las personas que no menstrúan
—muchas de ellas sienten rechazo y asco por la misma, e incluso la de las propias personas que tienen ciclo menstrual, ya que hasta la popularización de la copa menstrual, muchas no llegaban a ser conscientes del aspecto, la cantidad o la textura de su propio flujo menstrual.

Leyendo el grueso del artículo que se nos facilita, sospecho que las personas que menstruan que prefieren no ir a clase durante los días de su ciclo (y, por tanto, están más cerca de sufrir fracaso escolar), no sólo son parte de aquellas familias que no tienen los suficientes recursos para proporcionar buenos productos de higiene menstrual (cómodos, adecuados a las necesidades de las actividades que se van a hacer y al flujo de los distintos días del ciclo, etc), sino también quienes quieren ahorrarse burlas de quienes podrían saber que los están utilizando en ese momento ya que, como sabemos, para gran parte de la sociedad, lo asociado tradicionalmente a lo femenino es ridículo, algo que provoca risas, algo sobre lo que se pueden hacer bromas y, en definitiva, algo poco importante. Siempre se trata como un tema de carácter secundario.

Todo esto tiene relación con el machismo en las instituciones —tan relevante a la hora de tratar y regular cualquier asunto—, con la conciencia social dominante y, por tanto, con hechos tan poco razonables como el que la regulación del precio de las mascarillas para la COVID-19 se haya tramitado a toda velocidad, pasando por alto la apremiante necesidad de que los productos de higiene mentrual también deben ser accesibles para todo el mundo.
¿Por qué ha ocurrido algo así? ¿Por qué el precio de las mascarillas se disminuye ipso facto un tanto por ciento para convertir ese producto en algo más accesible o por qué cuchillas de afeitar de colores oscuros ("masculinas") son más baratas que otras cuchillas de colores pastel ("femeninas")? ¿Por qué no se tratan las necesidades asociadas a las mujeres como algo de índole público y general, sino como algo al margen, muy particular y secundario?

Las respuestas a estas preguntas siempre van a conllevar argumentos relacionadas con la heteronormatividad y la desigualdad. Aunque estoy convencida de que muchos estadísticos o personas dedicadas al análisis de ventas nos dirían que esto tiene que ver con las leyes de la oferta y la demanda y que, en el caso de las mascarillas, la necesidad ha sido urgente, masiva y mundial, asociada a todas y todos los ciudadanos, por lo que regular el precio de las mascarillas era "verdaderamente necesario". Pero, ¿acaso no es tan apremiante y necesario que reduzcamos los constantes efectos cotidianos que produce la pobreza menstrual? ¿No es la menstruación algo que no concierne sólo a mujeres sino también a hombres trans? ¿No concierte también a padres, docentes y personas dedicadas al cuidado de menores y otras personas depentes? Y, por tanto, ¿no sería la higiene menstrual un tema que debe importarnos a toda la población?

Al no dedicarme a la docencia, sino a la psicología general sanitaria, y no participando del trabajo diario en un centro escolar, no cuento con las escenas apropiadas para reflexionar sobre todas las preguntas propuestas por el ejercicio. En cambio, sí que puedo hablar desde la experiencia en consulta, donde rara es la vez en la que alguien nos ha pedido algún artículo de higiene menstrual —las compresas están disponibles en el aseo para todas las personas que pasen por nuestro centro y necesiten una—, aunque sí ha habido infinidad de veces en las que distintas personas han anulado previamente una consulta por encontrarse mal, sintiéndose, por fortuna, libres para explicarnos que la razón en el malestar producido por la menstruación.
A pesar de no trabajar en un centro escolar, sí considero que la pobreza menstrual es un factor a tener en cuenta a la hora de evaluar las múltiples razones que llevan al fracaso escolar. La escasez de recursos, del tipo que sea, para ofrecer al alumnado respuestas a sus necesidades, alejan a las y los menores de los centros educativos y eso es algo que debemos subsanar, ya que las escuelas, los colegios, los institutos o cualquier otro centro educativo que nos venga  a la cabeza, deben aspirar a ser lugares de desarrollo, cuidado, encuentro y aprendizaje. Lugares seguros para las y los menores que tenemos a cargo.

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